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La Catedral de Córdoba: mil años de historia en piedra y mármol

En pleno corazón de Córdoba se alza un edificio que no es solo un templo, sino un viaje en el tiempo: la Mezquita-Catedral. Su historia comienza mucho antes del islam, cuando en este mismo lugar, en el siglo VI, los visigodos levantaron la basílica de San Vicente Mártir.

Con la llegada de los musulmanes en el 711, el espacio se compartió durante un tiempo, hasta que en el 785 el emir Abd al-Rahman I decidió construir aquí la Gran Mezquita de Córdoba. A lo largo de dos siglos, sus sucesores —Abd al-Rahman II, Al-Hakam II y Almanzor— la ampliaron y embellecieron hasta convertirla en una de las mayores y más bellas del mundo, un auténtico bosque de columnas de mármol y arcos bicolores.

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En 1236, el rey Fernando III el Santo reconquistó Córdoba y consagró el edificio como catedral. No destruyó la mezquita, sino que la incorporó a la nueva fe. Con el tiempo, se añadieron capillas, retablos barrocos y, en pleno siglo XVI, un impresionante crucero renacentista que corta el mar de columnas.

La Transformación en Catedral

En 1236, con la reconquista de Córdoba por el rey Fernando III el Santo, el edificio no fue destruido, sino que se convirtió en una catedral católica bajo la advocación de Santa María. A diferencia de otras mezquitas que fueron derribadas para construir nuevas iglesias, la de Córdoba se respetó en gran medida, lo que preservó su estructura original y su singularidad.

A lo largo de los siglos siguientes, la mezquita fue adaptándose a su nueva función. Se fueron añadiendo capillas y se realizaron modificaciones, pero el cambio más dramático y controvertido ocurrió en el siglo XVI. En el corazón de la antigua mezquita, se insertó una nueva Capilla Mayor y un crucero renacentista. Aunque algunos historiadores lamentaron esta «intrusión», fue una decisión que dio lugar a la fascinante hibridación que hoy conocemos. Esta «catedral metida en la mezquita» es la pieza clave que define la dualidad del monumento.

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