El 4 de noviembre de 1922, el arqueólogo británico Howard Carter hizo un descubrimiento que asombraría al mundo: la tumba casi intacta de un faraón olvidado, Tutankamón, en el Valle de los Reyes, Egipto. Lo que siguió no fue solo un hallazgo arqueológico sin precedentes, sino el nacimiento de una de las leyendas más persistentes y escalofriantes de la historia: la maldición de Tutankamón.
El Descubrimiento: De la Oscuridad a la Fama
Durante años, Howard Carter, financiado por el egiptólogo aficionado Lord Carnarvon, había excavado incansablemente en el Valle de los Reyes sin grandes resultados. Cuando Carnarvon estaba a punto de retirar su apoyo, Carter hizo el hallazgo que cambiaría la historia de la arqueología: un escalón que conducía a la entrada sellada de la tumba KV62, la última morada de Tutankamón.
El 26 de noviembre de 1922, Carter, Carnarvon y su equipo abrieron la antecámara. «¡Ve cosas maravillosas!», exclamó Carter cuando Carnarvon le preguntó qué veía a través del pequeño agujero. Y, en efecto, era así: miles de objetos de oro, joyas, estatuas y el sarcófago del joven faraón, todos asombrosamente conservados. El tesoro era incalculable y la fama de Tutankamón, un faraón relativamente menor en vida, se disparó post-mortem.
El Nacimiento de la Leyenda: Una Maldición que Ataca
El mito de la maldición no tardaría en tejerse alrededor del descubrimiento. La prensa, ávida de historias sensacionalistas y el misterio de los antiguos faraones, jugó un papel crucial. Se empezó a hablar de inscripciones en la tumba que advertían sobre la muerte para quienes profanaran el descanso del faraón. Aunque Carter siempre negó haber visto tales inscripciones, la semilla de la leyenda ya estaba plantada.
El primer suceso «maldito» y el más famoso fue la muerte de Lord Carnarvon el 5 de abril de 1923, apenas cinco meses después de la apertura de la tumba. Carnarvon falleció a causa de una infección de una picadura de mosquito que se complicó con una neumonía. Los periódicos rápidamente conectaron su muerte con la profanación de la tumba. Para añadir más dramatismo, se dice que, en el momento exacto de su muerte, hubo un apagón en El Cairo y su perro terrier, Susie, aulló y murió en Inglaterra.
A esta muerte le siguieron una serie de fallecimientos y desgracias que la prensa se encargó de vincular a la maldición:
- George Jay Gould Jr., un amigo de Carnarvon que visitó la tumba, murió poco después de una neumonía.
- Aubrey Herbert, hermano de Carnarvon, murió por envenenamiento de sangre.
- Archibald Douglas Reid, un radiólogo que examinó la momia de Tutankamón, murió por una enfermedad misteriosa.
- Richard Bethell, el secretario de Carter, murió en su cama, supuestamente de asfixia (algunos dijeron que por un ataque al corazón).
- Incluso el canario de Carter fue devorado por una cobra el día después de la apertura de la tumba, un «signo» interpretado como la venganza del faraón.
La lista de «víctimas» de la maldición creció, alimentando el miedo y la fascinación del público.
Desmontando el Mito: Razón vs. Superstición
A pesar de la popularidad de la maldición, los hechos y la ciencia ofrecen explicaciones mucho más racionales:
- Enfermedades y condiciones preexistentes: Lord Carnarvon, por ejemplo, ya padecía de problemas de salud crónicos (pulmones debilitados) y vivía en un clima hostil para su condición. Una picadura de mosquito infectada era una amenaza real en aquella época, especialmente con un sistema inmunológico comprometido.
- Exposición a patógenos: La gente que entraba en la tumba estuvo expuesta a polvo acumulado durante milenios. Los egiptólogos modernos han sugerido que podrían haber estado expuestos a mohos, esporas fúngicas o bacterias que podrían haber causado enfermedades respiratorias o reacciones alérgicas. Sin embargo, estas afecciones eran más un riesgo ocupacional que una maldición sobrenatural.
- El poder del sensacionalismo: Los periódicos de la época, especialmente en Gran Bretaña y Estados Unidos, competían ferozmente por las noticias. La «maldición» vendía periódicos y atraía la atención del público como ninguna otra cosa. Las muertes naturales o accidentales de personas asociadas con la tumba fueron exageradas y conectadas de manera forzada.
- Estadísticas engañosas: De las 58 personas que estuvieron presentes en la apertura de la tumba de Tutankamón, solo 8 murieron en los siguientes diez años. Howard Carter, la persona que más tiempo pasó dentro de la tumba, vivió otros 16 años después del descubrimiento, muriendo a los 64 años por causas naturales (linfoma de Hodgkin). Evelyn Herbert, la hija de Lord Carnarvon que también estuvo presente en la apertura, vivió hasta los 79 años. Si la maldición hubiera sido real, ellos habrían sido las primeras y más obvias víctimas.
Un Legado de Misterio
La maldición de Tutankamón es un ejemplo perfecto de cómo una mezcla de superstición, el poder de la prensa y una serie de coincidencias pueden forjar una leyenda imborrable. Aunque la ciencia ha desmentido la existencia de una maldición real, la historia sigue cautivando nuestra imaginación. Nos recuerda la fascinación humana por lo desconocido, el miedo a profanar lo sagrado y el atractivo eterno de los secretos que yacen bajo las arenas del tiempo.
El joven faraón Tutankamón, que murió sin dejar una gran huella en su época, se convirtió en una de las figuras más famosas de la historia, no solo por su tumba de oro, sino también por la intrigante leyenda que la selló.